22 dic 2010

No pasa ná... (haciendo una canción)

Cuando estoy en casa, siempre ando con la guitarrita en las manos. Sí, soy un coñazo. Hay quien se toca los huevos, hay quien toca los cojones al prójimo y yo, pues, además de esto último, toco la guitarra. Desde hace años, cuando se me ocurre una frase musical, un arpegio, una progresión de acordes, algo chulo, me he acostumbrado a grabarlo con el teléfono, con el video. Porque puedo ver, meses después, cómo era eso que sonaba tan chulo. Normalmente, ese feto de canción lo grabo cantado en pachinglish, o en guariguanchi, o sea, inglés, o algo que suena parecido al inglés, pero totalmente inventado, improvisado en el momento. Lo que suele suceder con esas pequeñas ideas ideas es que las guarde en  en el ordenador con el nombre de la frase que cante más  y ahí se queda esperando, a veces más de un año, hasta que un día, se me ocurre rescatarlo y ponerle una letra, arreglarla, instrumentarla y grabarla. El 90% de mis canciones nacen así; y esta no es una excepción.
En esta ocasión, cuando me trajeron la nueva guitarra acústica, me salió un dibujito, una figura para tocar con los dedinchis que me gustó y, claro, la grabé  con el absurdo nombre de "By the time (I'm goin' blind)". Ahí se quedó.
El sábado pasado, mientras cumplía turno de noche en la gasolinera y ya no sabía qué hacer para no quedarme dormido, me puse a trastear con el teléfono y encontré el clip de "By the time" y pensé, joder, qué chula.
Cogí un ticket, le di la vuelta y empecé a escribir. Al principio, bobadas, y luego, el mismo tema que estaba viviendo (aburrimiento mortal en un trabajo que, ya de por sí, no ofrece demasiados alicientes) se me convirtió en la letra de la canción.
Mira:

Al día siguiente, cuando me senté a darle forma, a ver qué carácter le daba, me salió el chute de rock and roll potente y vitamínico que vas a escuchar, si te apetece, claro.
Está grabado con tres guitarras: la intro, con la acústica en primer plano, con un arpegio muy progresivo y enrollao. Se le añaden, batería (programada), el bajo (tocado por mí, claro, mi querido Ibanez de 60 pavos) y luego las otras dos guitarras, que entran a lo burro y a la vez.
Cuensta distinguirlas, pero hay una limpia y reverberada, puntiaguda y cortante (la Gretsch) y otra sucia y distorsionada, con la pastilla grave, mi querida y vieja Epiphone Dot, que sigue teniendo mucho rock and roll en sus cuerdas.
Por último 3 voces y la fiesta. A mí me encanta, a ver qué te parece a ti.


No pasa ná
Sin saber muy bien de dónde viene esta luz,
sé de buena tinta que no es para mí
Esta noche… no pasa

Mientras tú dormías yo trazaba mi plan
Llevo atando cabos toda la madrugá
Y esta noche… no pasa

Y no se a qué actriz me tiraré
Y ya no sé qué banco atracaré
Pero si no hago algovoy a enloquecer
Viendo moverse al mundo y yo encerrado en mi hiel.

Sin saber muy bien qué hago yo aquí
No deja de sonar la misma canción
Y esta noche… no pasa

La gente viene y va y no se pregunta jamás
Qué hace un tipo como yo en un lugar así
Van en coche… no pasa ná

Y yo no sé muy bien qué cara poner
Ni cuántos libros tengo que leer
Pero si no hago nada voy a enloquecer
El mundo se mueve y yo quiero moverme con él

¡Je-fe! Ábrame la puerta… y déjeme…
Entra-ar que me subo en marcha, me quiero…
Larga-ar sáqueme de aquí, que no aguanto…
Má-as que estar vivo consiste en algo más que respirar

Sin saber muy bien qué es lo que pasa aquí
Yo cumplo con mi parte y eso debe bastar
Pa’que esta noche… no pase

Yo no muevo los hilos, yo me dejo llevar
Yo no elijo ni el momento de ir a mear
Y esta noche… no sale

Y ya no sé qué hacer ni a dónde ir
Me he terminado ya el Jueves, el ¡Hola! y el Lib
Si no salgo de aquí voy a enloquecer
El mundo se marcha y yo quiero marcharme con él (x3)

16 dic 2010

30 años junto a John Lennon para acabar atravesando el UNIVERSO y deseándoos Feliz Navidad

30 años junto a John, ya.
Podría resultar idiota decirlo, pero llevo 30 años junto a John Lennon. Exactamente los 30 años que hace que le mataron a tiros frente a su casa, son los años en que John y yo, quizá porque nadie más le hacía caso, o a lo mejor es que le caí bien, que todo es posible, hemos sido amigos.
Recuerdo que la mañana que me enteré, tuve, por primera vez, conciencia de la muerte. De la pérdida, del zarpazo inesperado que sientes en el corazón cuando alguien a quien amas, alguien a quien creías inmortal, ya no está. Simplemente terminó. La sensación, para los creyentes, para los que tienen asumida la trascendencia terrena, será distinta, supongo, y es una esperanza a la que asirse, la resurrección, para no desesperar. Pero el vacío letal que deja la muerte del ser querido creo que, en un primer momento, no tiene consuelo de ninguna clase. Puede que sea un sentimiento egoísta (ya no estará conmigo), pero es un sentimiento, quizá por ello, tremendamente humano.
Pero, curiosamente, su muerte, la de John Lennon, digo, fue para mí un descubrimiento. Supe que no es que me gustaran los Beatles, y John Lennon especialmente, sino que su música y su legado eran una parte de mi vida, como lo son mi familia, mis piernas, o mi voz. Algo que va conmigo allá donde voy y de lo que no quiero, ni puedo, desprenderme.
Supe, y en estos años lo he hablado largamente con él, que John era un buen tipo, tímido, aterrorizado y un poco miserable de vez en cuando. Supe que John es un genio, sí, pero es un hombre y tiene su lado envidioso, sus ratos crueles, sus debilidades y sus dudas, siempre sus dudas.
Hace unos días se cumplía el aniversario de su asesinato y la tropa de los de siempre salió a airear las memeces de siempre, las mismas tonterías y los mismos lugares comunes. Que si pacifista, que si las drogas, que si el compromiso… y nadie parece darse cuenta de que John era un hombre perdido en su condición humana, pequeña y grandiosa a la vez. Que se vio atrapado en un matrimonio sin felicidad y que renunció a él de una forma miserable y pequeñaja. Yo se lo he echado en cara muchas veces. John, con Cinthya y con Julian te has portado de culo, macho, y él, simplemente, no contesta, porque sabe que es así.
Mi amigo John no era el tipo que todos dicen que es. Es el hombre corriente que reconoce que se lo llevan los diablos de pensar que su chica se va con otro (You can’t do that, Run for your life); el pequeño burgués al que le gusta la Navidad (Happy Xmas, war is over); es el desencantado de los revolucionarios de pacotilla (Revolution, Power to the people) y es el amigo, el gran amigo, pese a quien le pese, de Paul McCartney.
John es un genio de la música rock. Es un compositor magistral (Hapiness is a warm gun), un letrista profundo cuando quiere, un guitarrista marchosillo (Get back) y, para mí, lo que le distingue es una calidad vocal extraordinaria. Si bien es verdad que Paul tenía un registro mucho más amplio, cuando John pone su alma, su calidez y su capacidad de conmoverte es extraordinaria. Si puedes, escucha estas tres canciones: Baby it’s you, A day in the life y este Across the universe que, un poco con calzador, he elegido este año para felicitar las fiestas a todo el que le apetezca ser felicitado. A mí, por cierto, me encanta que me deseen feliz Navidad.
Pues eso: 30 años junto a John Lennon. 30 años desde que murió. Caramba, cómo pasa el tiempo…

6 dic 2010

Solo otra vez, naturalmente.

Durante tres años, aunque nunca dejé de tocar y componer cosas "para mí", toda mi actividad musical estuvo centrada en Los Ciclones, mi banda. La banda de amigotes de la que formaba parte.
Digo que nunca dejé de hacer cosas por mi lado, fundamentalmente porque, más o menos, dos terceras partes de la música que componía no era del agrado del resto del grupo, lo que provocaba en mí cierta frustración con la que aprendí a convivir. La verdad es que el placer de reunirte con amigos todas las semanas y poner en común lo que a los cinco nos gustaba hacer, música, superaba con creces esa frustración de que mis temas no fueran lo suficientemente buenos para mis compis, así que seguí adelante. Cuando haces música en un grupo, no hay nada comparable a tocar sobre un escenario lo que se ha estado trabajando durante meses en el local de ensayo. Con los Ciclones llegamos a sonar de forma bastante compacta y profesional, pero la magia se había perdido. Ya no éramos un grupo, sino un conjunto de personas bastante hartas unas de otras, especialmente ellos de mí, si he de ser sincero, porque yo soy un tipo bastante insoportable dentro de una banda, siempre diciéndole a todo el mundo lo que debería hacer y todo eso. Mirad este maravilloso tema de Creedence



El sonido es bueno, pero el guitarra hace coros cuando le apetece, o hace sus dibujos, motivos y solos cuando le da la gana, porque ya no importa el grupo, solo importa lo que a él le apetezca. El bajista del grupo, el gran Joe Mississippi, no pudo estar en ese concierto y Sefo, el que le sustituyó hizo un gran papel, porque es un bajista profesional y de primera, pero no estaba integrado como Joe, no conocía nuestros temas y versiones tan a fondo, y no hacía coros, claro...
El grupo ha saltado por los aires y seguramente yo soy el culpable; Bienve, el batería se cagará en mi calavera todos los fines de semana porque era, con mucho, el más ilusionado y trabajador de todos; Buch, el teclista, es mi amigo del alma dese que somos pequeños y aunque se cague en mí, me perdona; Mississippi Joe, bajista, tenía otros intereses, aunque se mantenía en la banda por lealtad, y creo que para él la disolución fue más un alivio que otra cosa; Emilio, el guitarra, es un pobre hombre cuya opinión me la suda; desde hace mucho tiempo tenía tomada la decisión y no me arrepiento, porque algunos comportamientos miserables recientes me han confirmado que no podía seguir con según qué compañías. Así que, ya me véis, sólo otra vez, naturalmente.



En este videoclip, grabado hace algo más de dos años, y que después de la edición quedó un poco cinéma vérité, me ayudó Borja, mi hijo, que hizo todas las tomas en movimiento que tiene el video. Se le ve de vez en cuando, porque lo grabé en una sola toma con dos cámaras fijas y una en mano; las tres, cámaras fotográficas vulgares, no creáis, por eso la sobreexposición y el grano no es un efecto buscado, es que las imágenes son así, aunque todo está, luego, un poco tratado, para darle una cierta unidad estética al resultado final.

Y para terminar, quería presentaros esta canción que, si alguno de vosotros siguió a Los Ciclones al final, la oiría en nuestros conciertos. El tema se llama Yo, yo.



Empezó como una broma para limar asperezas: yo reconocía ante mis compañeros que tenía complejo de divo (no es verdad, no lo tengo en absoluto, lo que pasa es que lo soy) y al final se ha convertido en una cruel realidad: quisiste destacar tanto que te quedaste más solo que la una. Un rock and roll bestial, si nos dejamos de memeces. Cuando mi situación laboral lo permita, montaré otra banda y pasearé estos temas por ahí, porque, caramba, la gente merece bailar cosas mejores que lo que se baila por ahí.

2 dic 2010

Te asesoro la Cibeles: por un millón, es tuya.

Como los dos o tres lectores que a este blog le quedan (y no me explico cómo resistís, creedme) saben, dediqué mi vida profesional, hasta que no me quisieron más ahí, a la publicidad, concretamente a la creatividad. En esos años hice unas cuantas barbaridades, algunos trabajos buenos y la mayoría poco memorables, pero hechos correctamente y con profesionalidad.
Una cosa que quería hacer desde hace tiempo es comentar algunos anuncios, algunos que me gustan y otros que detesto por alguna razón concreta, pero desde un punto de vista no profesional, sino como espectador. 
Desde hace unas semanas hay una campaña,  de la agencia Five Rooms para Tien21 que, personalmente, me parece sosa y sin chicha, pero que tiene un detalle que hace que de ese nivel pase al nivel de "odiosa" con mucha facilidad. Es un detalle de lenguaje, de léxico, de sintaxis, más bien, que me hace pensar que en toda la cadena de gente que trabaja y emite ese anuncio no hay ningún hispanohablante; o bien, que todos los que han intervenido son semianalfabetos. Este es uno de los anuncios de la campaña:

Los otros anuncios son igual de sosainas, cambian los personajes y el producto en oferta, pero no cambia la frase gloriosa, la que me hace mirar con melancolía mi situación laboral y, tal vez, la explique  sin más: para ser un creativo con trabajo, tienes que despreciar el idioma español.
Supongo que, si habéis visto el anuncio (son 20 segundos), os habréis dado cuenta de que la frase en cuestión es "(Fulanita) le ha asesorado un televisor (a Menganito)..."
A mí, viendo la pinta de desafaenado del cliente y de pícara de la vendetriz, me da que lo que en realidad quieren decir es que "la lince de Fulanita le ha colocado (endiñado, timado) un televisor de 1500 pavos al bobo de Menganito, que ya verá él cómo los paga".
Dejando aparte el casting y el estilismo (¿quién eligió a los actores y su indumentaria?), que son de traca, esa desafortunadísima sentencia "le ha asesorado un televisor", es un completo disparate. Cuando la oí por primera vez, no me creía que hubiese sido escrita por un redactor, aprobada por un director creativo y, tal vez, otros directores de la agencia; presentada a los anunciantes (el equipo de publicidad y/o marketieng de Tien21 y quién sabe si directivos más altos)  y aprobada por éstos; admitida por la productora que grababa el anuncio y locutada por el locutor; emitida por las televisiones sin que nadie le dijese a quien tenga el poder para hacerlo, que cambiaran esa mierda de frase, esa ofensa al español y al sentido común.
Arreglarlo es bien fácil; basta con insertar 4 palabras (en la compra de) entre "asesorado" y "un" y el anuncio seguiría siendo soso (no es una joya, precisamente, de la comunicación publicitaria), pero no parecería el producto de una conjura de necios verbales, como ahora.
El problema, seguramente, es que todos vemos el anuncio y entendemos lo que querían decir. Y nadie se molesta en levantar la voz y decir: "ya sé lo que querías decir, majete, pero, ¿qué te cuesta decirlo bien?" No, si se entiende, ya basta. Es el mismo caso, a otro nivel, de la borrica de Belén Esteban y que alguien se atreva a llamarla la princesa del pueblo; dice barbaridades, pero la gente la entiende.

Termino pidiendo a la buena gente de FiveRooms y Tien21 que, si piensan seguir con esta campaña para Navidad, corrijan esta barbaridad; y si tienen otra en perspectiva que sea una especie de continuación de la actual, que, por favor, no repitan la construcción verbal esta, que da grima cada vez que se oye. Y sí, puede hacer que se hable de vosotros, pero creedme: se habla mal.

15 nov 2010

La vida, la vida


La verdad es que uno siempre acaba siendo sorprendido por la vida. Bueno, no sé si eso le ocurre a todo el mundo, pero os aseguro que me ocurre a mí. Este año está siendo el más extraño de todos cuantos llevo vividos, y los cambios que estoy experimentando son realmente algo extraño y difícil de procesar.
Cuando empezó el año tenía, para empezar, 126,8 kg. encima, lo cual me hizo empezar a temer por mi salud seriamente. Dado que, quien me conozca lo sabe, eso era para mí una fuente inagotable de conflicto interior. Aparte de sentirme realmente incómodo con las proporciones que mi cuerpo, ya en franca expansión, empezaba a adquirir, de notar algunos síntomas preocupantes (ahogo, falta de flexibilidad básica –para ponerme los calcetines, no para hacer contorsionismo-, dolor de articulaciones), de empezar a no tener ropa en la que meterme (sólo me servían ya las Tallas Especiales) y de no reconocer al tipo que veía en el espejo, mi autoestima se desarrollaba en proporción inversa a mis proporciones: empezaba a despreciarme. Y, además, suponía que, como a mí, a todo el mundo le pasaba lo mismo: no se trata de que la gente se desprecie por lo que tienen para sí de odiosos, sino de que me despreciara a mí por gordinflón. No es que viva pendiente de lo que los demás piensan de mí, pero empezaba a afectarme –seriamente- la sensación de que el mundo en general, y mi círculo afectivo, en particular, me despreciaba.
A través de mi queridísima amiga Alicia, me puse en contacto con Carlos, un coach recién estrenado en las lides del coaching, que me hizo empezar a ver el asunto desde otro prisma y me ayudó, de forma eficaz y definitiva, sin regímenes alimenticios, con mi problema de excesivo sobrepeso. Ahora, aunque me siguen sobrando una docena larga de kilos, he perdido ya 25 y me encuentro –física y mentalmente- mucho mejor. Esta pérdida de peso –y de tamaño, pon 25 kg de chuletas juntas y verás lo que ocupan: eso es lo que yo he perdido- ha sido el primer gran cambio de este año… y creo que el único que puedo decir que ha sido, netamente, a mejor.
Mis relaciones, mi relación con mis semejantes, con mi círculo afectivo más cercano, y con el mundo, en general, también han dado un cambio radical. Al empezar el año, además del trabajo, lo que más tiempo me llevaba era la gestión del correo personal, los blogs, las charletas… y el 90% de todo aquello era con perfectos desconocidos. Escribía un post, un relato, un articulito un loquesea, y esperaba impaciente al día siguiente a ver cuánta gente lo había leído (y valorado), y al mismo tiempo, leía (y valoraba) yo lo que ellos escribían en sus webs. Tenía montada una especie de “vida on-line” que, de repente, un día, encontré vacía. Completamente vacía.
Además, la relación que empezaba a tener con los miembros de mi grupo, Los Ciclones,  nuestra cita semanal para ensayar, empezaba a ser, más, un lastre que un alivio. Como quiera que cualquiera que me conozca sabe lo importante que es mi música en mi vida, el hecho de que Los Ciclones, mi banda, lo que yo pensaba que era el lugar ideal para expresarme y enriquecerme, empezó a convertirse en una pesada carga y en un grifo abierto de mal rollo, amargura y profunda decepción.
Entonces, tomé una decisión… o debería decir que la decisión me tomó a mí, porque no recuerdo el momento exacto en el que la cosa se puso en marcha. Resolví abandonar mi grupo y abandonar esa especie de plaza pública, de bar de citas en el que había convertido mi blog, Las Peroratas de Wolffo, que era, sin exagerar mucho, quizá el centro de mi vida social. Mi intención era, en principio, dejar lo virtual, olvidar estas relaciones no tangibles (pero reales, creedme) y volcarme en la familia y los amigos más cercanos.  En cuanto a mi grupo, mi problema era fundamentalmente con un miembro de la banda y les planteé a los otros tres que YO dejaba el grupo por su causa, en la esperanza, secreta, lejana, de que ellos no quisieran hacerlo, de que planteáramos seguir adelante sin él. Pero ellos no quisieron, siquiera, plantear tal opción, quizá porque mi visible decepción en últimos meses les había quitado a ellos la ilusión. Quizá porque no pensaban que seguir sin él era posible, quizá porque no creyeron que mi bravata era en serio y que no sería capaz de dejarlo. No lo sé, pero fue la última decepción, sumada a muchas anteriores.
Al final, el resultado de todo esto es una vida… menos ocupada. Echo de menos los ensayos, el juntarse unos amigos para hacer música, pero no la angustiosa sensación en que se habían convertido nuestros ensayos de convencer a algunos miembros de que se aprendieran unas canciones en las que no creían. En cuanto a lo otro… las amistades on-line, la cosa no ha cambiado esencialmente. Mis relaciones “reales” no han mejorado sustancialmente con el abandono de las “virtuales”, en el plano general… porque hay dos o tres personas a las que me siento más unido desde mi netspantá.
Pero lo terrible ha sido lo del trabajo.
Al empezar el año, además de 126 kg., y más de 100 webamigos y un grupo de rock, tenía dos trabajos, dos. Dos empresas confiaban en mí lo suficientemente como para pagarme un salario sin verme la cara. O sea, teletrabajaba para ellas de forma constante y continua, además de trabajar, episódicamente, para otras dos o tres empresas. Circunstancias ajenas a mí y a mi trabajo, o sea, la crisis, la maldita crisis, hizo que las dos empresas me dieran una bonita patada en el culo para sacarme de su plantilla si pestañear (o pestañeando, no fueron iguales los dos casos). Como quiera que soy autónomo, me quedé, de la noche al día, literalmente con el culo al aire, sin indemnizaciones, liquidaciones ni subsidio alguno.
Desesperado, llamé a cuantas puertas se me ocurrieron pero aunque algunas (unas cuantas, en serio) se abrían y me dejaban ver un empleo futurible, todas acaban cerradas a cal y canto. Menos una. Mi amigo Javier me habló de cierta oportunidad que nada tenía que ver con mi profesión. Y eso es lo que me ha salvado.
Abandonado por mi profesión, soy, desde hace algo más de dos semanas, Expendedor de Gasolinera. Visto de marrón, gris y rojo, doy los buenos días sonriendo, cobro a los clientes, les deseo buen viaje, trato de venderles una tarjeta y aguanto el desprecio de, más o menos, la tercera parte de los clientes que pasan por mi TPV. Algunos me insultan, pero son una testimonial minoría, aunque (como no puedes ni debes contestar) duele como si fueran la mitad. También duele limpiar la caca y los pises de quienes, uno no sabe por qué razón, mean o cagan fuera de la taza. Y es duro, después de una vida de estudios y trabajo honrado, siempre cumpliendo, verse con 46 años de rodillas junto a un retrete o tragando saliva para no darle a un imbécil la patada en los cojones que se merece.
Espero, supongo, que serán unos meses duros, pero confío en mi capacidad para pasar esta travesía y pasar a otro nivel laboral, pero la sensación de que todo ha terminado, en cierto modo, o en cierta vida, no me la puedo quitar de encima. De momento, los nervios me han costado una úlcera y tres días espantosos de estómago intolerante bailongo. A los que seguís siendo mis amigos, reales o virtuales, amigos todos en definitiva, os pido un poco de paciencia conmigo. Saldré de esta situación tan airoso como pueda y sin ser demasiado quejica, espero. Y espero, también, que al final de este trecho umbrío del camino extraño en que a veces se convierte la vida, estéis muchos de vosotros, ojalá que todos, por ahí, generosos y pacientes, sonrientes y me invitéis a una PepsiMax y un bocadillo de salchichas con pimientos y os pueda divertir, contándolo en clave de humor, con mis experiencias como chico gasolinero.
Hasta entonces, por favor, os pido paciencia.
Ea.

28 oct 2010

88, papá

88, papá.
Mi padre hubiera cumplido ayer 88 años. Mi padre, de larga sombra y larga luz, de largas manos, largas piernas, larga nariz y larga y encorvada espalda. Mi padre con sombrilla en los labios, el mar de un día nublado en la mirada, el gesto amable y casi siempre un poco cansado y la sonrisa difícil pero sincera y deslumbrante. Mi padre, de español catalanizado, catalán a trompicones, inglés que parecía alemán y risa infrecuente pero bravía. Mi padre, que soñaba sueños posibles, de vaso de vino de taberna en el desayuno, de madrugones cariñosos, de entrega a su hija torcida y moreneta. Mi padre, de canto destonado y atronador, de cantar alegre y despreocupado, y de contar de anécdotas extrañas que no puedo olvidar. Mi padre, jubiloso y trabajador, hacedor único y secreto de unas celebradas gachas, una asombrosa y deliciosa salsa de tomate y un siempre vitoreado cóctel con ginebra y angostura, cuyas recetas murieron con él.
Mi padre, que cuando hablaba y quería explicarte algo, extendía sus manos y parecía el Dios Que Calma Los Mares, tan apaciguador era su gesto. Mi padre que, ingenuo, quiso explicarme unos días antes de que fuera a casarme (con 24 años, ya) como era la cosa esa de traer niños al mundo. Mi padre que pocos días antes de morir, me dijo: “Oye, Jordi, tu trabajo, exactamente, ¿en qué consiste?”
Mi padre al que extraño con toda mi alma y al que mis hijos no pudieron conocer. Mi padre hermoso en mi recuerdo, enorme en su gigantesca ausencia, presente en todas las lágrimas que lloro a chorros mientras se me escapan estas líneas de entre los dedos. Mi padre vive en mi cabeza pero, ¿sabéis? no es suficiente. Mi padre que me falta, mi padre que me amaba, mi padre que un día dejó de ser hombre y pasó a ser recuerdo, pero que nunca dejó de ser mi padre.
Para sentirse seguro, nada como la oreja de papá
Papá. Querido papá. ¿Dónde estás? ¿Por qué no vienes y le explicas a todo el mundo que soy tu hijo? Díselo, papá, díselo a todos. Que lo sepan. Y sabiéndolo ellos, yo caminaré sin miedo. ¿Por qué no vienes, papá? ¿Por qué no vienes ya? ¿No ves que me has dejado solo? Son muchos, papá, son muchísimos, y yo, sin ti…
Aun así… felicidades, papá.

No sabes cuánto te echo de echo de menos, papá.

9 sept 2010

la fiesta: son lentejas

Sara.
Imagina una mujer de piel morena, algo gordita, de ojos marrones intensos y pelo negro; labios gruesos sin llegar a ser llamativos. Esa mujer es condenadamente guapa, pero se esconde bajo una especie de saco que ella llama su ropa porque le da vergüenza que la gente vea que le sobran unos kilillos. En mi opinión, y es una opinión que debería tenerse en cuenta dado mi extenso historial, eso es una gansada. Si alguien, yo, por ejemplo, se fija en esa mujer, es inútil que esconda sus encantos: yo sé que están ahí. Sé cómo es su piel, se exactamente cómo se siente uno al hablarle a ella a la cara, en voz baja, mientras las manos acarician de arriba abajo sus costados desnudos.
Sé que ella dará un respingo si mi nariz sube de su vientre a su ombligo y hay una cosa que no sé. Si prefiere lánguidos lengüetazos o mordisquillos en sus pechos plenos.
Soy Arturo Carenys, neurocirujano jefe del hospital de San Pedro el Gorrino, en la Conchinchina, un hombre respetado y honrado en la sociedad porque la sociedad es idiota. Además de neurocirujano etc., soy un asesino aficionado, pero bastante bueno. Mejor que muchos “profesionales”. Mi especialidad son las mujeres de raza árabe. ¿Qué por qué? Pues podría deciros un millón de cosas, pero en realidad es porque están muy buenas. La gente no se fija, ven un velo, un turbante, un comosellame el camisón ese que llevan y no ven lo que hay debajo: no ven los pechos bailando, la carne jugosa de los muslos rozándose, los cachetes del culo temblando... y todo morenito.
Vale, mucha gente, llegado este punto, me dice: Y si tanto te gustan, ¿por qué las matas? Parece mentira que a estas alturas de civilización haya que explicarlo a esta sociedad podrida, pero lo haré con un símil, que para algo soy capaz de generarlos. Por lo mismo que los toreros matan a los toros: no encontrarás a nadie que ame a los toros más que un torero... y sin embargo, los mata. Lo mismo para mí con las moritas: las amo tanto que tengo que matarlas. Entran en juego la tradición, la filosofía y el peso la historia, la cultura y la pasión, no espero que lo entendáis, pero me basta con que pilléis la idea. El torero es un ser singular, fuertemente atribulado y sujeto a sus pasiones. Como yo, aunque yo estoy más en el tema de las pasiones que en lo de estar atribulado, y bueno, soy más plural que un singular torero. Eso sí, los dos necesitamos ver correr la sangre del objeto de nuestro deseo.
Como en los toros, cuando un toro es especialmente noble, bravo y encastado, es indultado y se le deja vivir hasta el fin de sus días en la pradera, venga a follar vacas y contemplando amaneceres sin estrés. Eso, eso exactamente, es lo que me pasó con Sara. Vino a mi casa, empezó a limpiar los cristales encaramada a la escalera y yo, lamento decirlo, me puse como un berraco. Pero el ver cómo se movía su brazo circularmente y con él, cómo rebotaban todas las carnes de su apretadita anatomía, me puso en el disparadero. Y disparé. Tuve una polución involuntaria.
Ella sonrió y siguió limpiando y yo, confuso, la seguí por toda la casa y venga a polucionar (ni siquiera en mis mejores noches poluciono tan generosamente) todo el rato: que ella se pone de rodillas o se agacha para recoger algo de debajo del sofá… o simplemente por el puro placer de poner el culo en pompa, y yo, ¡zas! poluciono; la veo limpiar la bañera con los guantes rosas y poluciono; la veo fregar platos y poluciono; loquito, me tiene.
Pensaba matarla el primer día que vino… pero es que no pude de tanta polución. En principio, lo pospuse y otro día que andara menos turbado, podría asesinarla sin más ceremonias. Pero fue imposible. Ella me turba más, mucho más… es mucho más turbadora que cualquier otra mujer que yo haya conocido. Más que yo mismo en mis años gloriosos. Así que la indulté. Y entonces, igual que un toro en su dehesa, esta mujer era libre de moverse por donde quiera (siempre dentro de los límites de mi piso) sin miedo a que un torero le clavase la espada y la desangrase. Vale, mucha gente piensa que vaya indulto es tener que limpiar mi casa… pero no es así, en serio, ella era feliz. No le pedí jamas que cumpliera un horario. Ni que cocinara esto o aquello. Sólo le pedía que me dejase mirarla mientras limpiaba. Y eso hacía todo el rato, la miraba y cuando llevaba un rato, no me hacía falta nada más, un intenso calor me recorría como una onda expansiva desde ahí en medio hacia los extremos de mi anatomía (aclaración, probablemente, innecesaria: los pies y la cabeza) y era como si el mundo cobrara sentido y todo encajara a la perfección.
Empezó a cocinar sin que yo se lo pidera, y, como a mí también me gusta, competíamos en hacer los mismo platos, cada uno según su estilo.
Un día me dijo: eres tú el que no sabe hacer lentejas: déjame a mí.
Compré, siguiendo sus instrucciones, una bandeja de esas de hipermercado con un cuarto de cordero hecho chuletas. Viene un poco de todo. Vale, ella lo deshuesa y le quita el exceso de grasa y de tendón y echa todo eso en una olla a presión y lo deja cociendo, haciéndose un sustancioso caldo mientras prepara todo lo demás.
Lo demás, dices.
Lo demás, es:
• Cortar en trocitos pequeños la carne de cordero y freírla en una cacerola con un poco de sal y el suelo de aceite. Se añade una cabeza de ajos entera.
• Mientras se fríe y se churrusca un poco el cordero, se va picando, mejor a mano, y echando, en este orden: un pimiento verde, una cebolla y un tomate maduro (pelado).
• Cuando está pochada la verdura, se añaden las lentejas y se rehogan unos cinco minutos. Se añade un poco de sal, perejil y abundante hierbabuena (imprescindible) y en una redecilla pequeña, o un instrumento similar, para que nadie corra peligro de comérselas, tres o cuatro piezas de cayena enteras.
• Se echa entonces el caldo de cordero y se deja cocer una hora y media. Antes de terminar, se pesca la cabeza de ajos y se pasa por el chino para añadirlo al guiso.
• Para acompañar, hacer un cuscús especiado (bien de curry, si te gusta). Se sirve en cazuelita de barro, poniendo primero el cuscús amarillo en el centro y las lentejas alrededor.
Aquello estaba delicioso. Me dijo que era así como las hacía su madre, y entonces lo entendí todo. Ella era un ser humano. Con su familia. Con su corazoncito. Con sus recuerdos. Yo no tenía ningún derecho a privarla del mundo, ni a privar al mundo de ella. Abrí el cajón que llevaba cerrado tanto tiempo, saqué la llave de la casa y se la di.
- Cuando termines esta comida, si quieres, puedes irte – le dije. Hice que se sentara a la mesa y terminé yo de ponerla – Hoy, te sirvo yo. – La vi sentada, de espaldas, y su nuca parecía sonreírme. Tenía el pelo recogido en un gracioso moño, y en su cuello color café con leche, al contraluz, se adivinaba una minúscula pelusilla absolutamente adorable. - ¿Falta algo, Sara…?
- El pan, señor – dijo ella y, cosa rara, no polucioné. En las pocas veces en que la miraba y ella me hablaba… me pasaba eso. Esta vez no.
De modo que cogí de la cocina una barra de pan y el cuchillo, una botella de vino para celebrarlo y al llegar de nuevo al comedor y verla tan hermosa, de espaldas, tiré el pan al suelo, le rompí la botella en la cabeza, la agarré desde detrás del ridículo moño y le abrí la garganta con la sierra del cuchillo del pan.
Fue horrible tener que recogerlo todo.

5 sept 2010

Adiós a todo eso: un cuento nada erótico

Había una vez un tipo con dos dedos de frente. Nació como los demás, tal vez un poco más colorao y creció como se espera que crezca un ser humano, hacia arriba, y también en saber y gobierno, aunque no demasiado en este sentido, si hemos de ser rigurosos y todo lo demás.
Un día, sin saberlo, se conectó a internet. Descubrió los chats, las letras de las canciones, YouTube y los blogs y al día siguiente, quiso entender para qué podría él utilizar aquello y se lanzó: propagaría su obra por todo el mundo y todos descubrirían, al fin, el genio que era. Dos días después, se cansó de todo aquello porque un enanito cabrón le dijo en un sueño que todo aquello era de mentira y él comprobó que su obra no se había propagado por el mundo, sino que languidecía en un limbo indeterminado y hostil a sus sentimientos más profundos. Vio que todos los aspectos de su vida se desvanecían como un puñado de fina arena entre sus dedos  incapaces. Y no sabiendo qué hacer, decidió cerrar su vida dospuntocero y seguir escribiendo, cuentos y canciones, anuncios y cartas, listas de la compra y formularios.

A ver qué te parece esta forma de despedirse de eso.


Sed buenos.

25 ago 2010

Sam quiere ser artista

Samantha, mi querida pastora de Brie, lo lleva en las venas. Cuando toco la guitarra acústica, se acerca a la puerta de mi despacho y se sienta paciente y elegante -las patas perfectamente alineadas en posición escuchen-, y me observa con gesto severo. La medida de cómo estoy de inspirado ese día me la da el tiempo que tarde en marcharse: un ratito si estoy en plan patoso, sus buenos 15 minutos si estoy bien y se acomoda y se duerme en la puerta que se ve en el video si estoy que me salgo.
Ahora bien, si cojo la armónica y empiezo a soplar... entonces abandona su actitud silenciosa, pero crítica, y se une a la fiesta, entonando con su privilegiada garganta intrincadas escalas de jazz que sólo los genios pueden reconocer como la música de los dioses. ¿No es para comérsela?




La secuencia (es un plano secuencia, no semos naide...) es de esta misma mañana. La grabé con el teléfono cuando me di cuenta de que estaba cantarina.
Señoras y señores, con ustedes... ¡Samantha, también conocida en los ambientes como Swingin'Sam!

5 ago 2010

Balada del zorro y ¡mierda no me j…!

Balada en Sol mayor para el zorro, un menda de lo más in, siempre pendiente de lo último y de lo que ya nadie se acordaba (los sillones de eskay, Los Pasos, los 1430 especial preparaos, Vicky Larraz) para volver a ponerlo en danza y que todos dijeran de él: hay que ver lo moderno y lo enrollado que es el zorro.
El zorro hizo cantidad de planes ambiciosos a cuenta de su próxima aventura y se dedicó a avisar a todo el mundo de que estuvieran al loro, porque algo grande iba a pasar.
El día anterior a su hazaña, vino a visitarle Malicia con su bikini verde, sus gafas de estrella de Hollywood y su pelo estilo venqueteabrazo y estuvieron hablando todo el rato, casi todo el rato de él, porque Malicia es generosa en cuanto a los temas de conversación, y sólo se permitió un momentito de gloria:
- … ya sabes, Mal –decía el zorro- que siempre me has parecido guapísima
- Hmmm…
- … sí, mujer, claro que sí, pero es que hoy estás especialmente guapa…
- ¡Venga…!
- Que sí, te he visto entrar y he dicho… ¡caray!
Y ella dijo:
- Vale, si quieres, podemos profundizar en esa línea de pensamiento…
Lo cual era la manera más inteligente y elegante de hacerle desistir.
Bueno, aparte de la visita de Mal, había recibido el zorro noticias del Otro Lado. Al parecer, según le contaba el Señor Búho, que era un rato gilipollas, pero bastante bueno en eso de recoger y dar noticias, una zorrita bastante zorrita, de lomos confortables y peludos, cola plateada, morro puntiagudo y unas ancas de locura había llegado al Otro Lado y estaba buscando plan.
La zorrita pensaba en un zorro bien macho, claro, pero también sensible y que supiera, llegado el momento, divertirse y divertirla a ella. Un zorro con conversación, a ser posible que no leyera el Marca, que no tuviera reparos en hacer cosas tipo lamerle el lomo a los zorritos, contarles cuentos o sacar los zurullos de la guarida, llegado el caso. Y que durante los coitos, supiera esperar a darle placer antes de descargar su esencia de zorro machote. En suma, y por decirlo en pocas palabras, la zorrita buscaba un pringao.
El zorro sabía esto. Y el zorro sabía aquello. El zorro era un listillo y aunque no cumplía apenas ningún requisito (en realidad, sólo cumplía uno: no leía el Marca) decidió presentarse ante la nueva zorita, a ver si ella era capaz de medio resistírsele cuando meneara la cola delante de su morrito.
El zorro le dijo a las ardillas que se acercaran que les iba a dar un recado para la zorra buenorra, pero las ardillas pasaron de él, porque sabían que el recado consistía en partirles el cuello y ofrecerlas como regalo de bienvenida.
Mierda de animales listillos y cultivados, dijo el zorro en alusión a la escolarización general del bosque, que había dado como resultado que todas supieran que el zorro comía uvas engañosas, o algo por el estilo.
Sea como fuere, el zorro avisó a todos de que no sólo iba a ser el más listo y feroz de Este Lado, sino que, merced a su valentía, su arrojo y su simpatía natural, conquistaría el Otro Lado, con dos pises marcaterritorios que echara por ahí.
Se formó un gran debate en el bosquecillo porque había quien ponía en duda (nunca en público, porque era un bosque español) que el zorro fuera el baranda de Ningún Lado, que ahí teníamos a los jabalíes, que si quisieran mandar, eran mucho más cachas que el zorro, o ese par de perros asilvestrados que tenían una mala leche del carajo. El caso es que nadie daba un paso adelante y el zorro era el baranda indiscutible y se proponía a serlo del otro lado si nadie lo impedía.
Se atusó al pie de la encima milenaria. Se miró en el arroyo y no vio nada porque el arroyo bajaba demasiado rápido y, sobre todo, porque un zorro no es capaz de hacer abstracción de su yo y reconocerse en su reflejo.
- Buena caza, señor zorro – le dijo un cuervo y el zorro respondió con un eructo sordo, pero aromático, con reminiscencias de los caracoles que se había zampado, o sea que para el cuervo no hubo respuesta, pues oye muy bien, pero no capta el regüeldo, digan lo que digan los zoólogos.
Mirad al zorro altivo y ligero, pies y manos alados, cómo pasan las millas como si flotara en el aire. Es como una flecha de plumas de zorra (baratas, pero muy vistosas) buscando un objetivo en el que clavar toda su ansiedad.
Mirad al zorro olisquear el aire en busca de algún ratoncillo de campo que llevarse al gaznate (se folla mejor con la tripa llena) mientras sigue terco su trote entre matorrales y hierbas altas, alguna encina despistada y alguna lata arrugada de cerveza.
Miradle llegar incólume al fin de Este Lado y mantener la vista clavada en el Otro Lado, obsesionado como si fuera su destino. Miradle ignorar un viejo Seat Ritmo color nisesabe que le aplasta la cabeza y sigue su camino porque no sabe que ha puesto fin a la leyenda del zorro milenario.
Mirad qué pronto cambia todo. Mirad qué frágil es el mundo y oíd las últimas palabras, inacabadas, del mito:
- ¡Mierda no me j…!
LLeva tres días allí. Por las mañanas, en mi paseo en bici, le esquivo y sigo. Hoy, me he parado y le he hecho una foto. Y él me contó su historia.

26 jul 2010

El cuento de la eterna juventud.

Por extraño que parezca, el mundo es cada vez más lelo. No el mundo, sino las personas que lo habitan, en general. Según crece el nivel de alfabetización universalmente y el acceso a la cultura se globaliza y facilita, las personas son día tras día, más borricas.
Hay cientos de miles de ejemplos, pero quiero centrarme en una bobada que, sin explicarme porqué, se ha hecho universal y la aceptamos ya porque sí. Es la cosa de la edad. 
En mi círculo más próximo, tengo familiares que este año -2010- cumplen 10, 20, 30, 40 y 50 años.
Los más jóvenes cumplen sin problemas, pero a partir de los 30 empiezan los dramas.
Me gustaría que alguien me explicara qué es lo que tiene de malo cumplir años. Porqué todo el mundo intenta, patéticamente, "mantenerse joven".
Digo patéticamente, porque es tan absurdo intentar eso como intentar, no sé... que hoy siga siendo ayer, o que los años 80 no terminen nunca, ni siquiera cuando llega el año 1990. ¿Por qué quieren torturarnos así?
Digo patéticamente porque nada hay tan bochornoso para un espectador como el intento desesperado de parecer lo que no se es; un intento que no se corona, porque es imposible, con el éxito. Es como cuando alguien que no tiene gracia (los monologuistas, por poner un ejemplo) intenta ser gracioso. Dan pena, ¿verdad?
Digo patéticamente porque cualquiera que se fije en sí mismo, por tonto que sea, apreciará que la estupidez (que es universal, y lo que nos diferencia entre unos y otros es sólo una cuestión de grado) se cura con el paso del tiempo. Y que hasta al más idiota de los seres que habitan la Tierra, el paso del tiempo le ayuda a ser un poco mejor.
Vista en perspectiva, la juventud tiene cosas buenas, claro, pero casi todas son producto de la ignorancia. El hecho de buscar nuevas sensaciones o de encontrar excitante lo desconocido... es sólo que no sabemos un montón de cosas, por eso es tan guay todo, porque no sabemos nada. 
Sinceramente, pienso que lo único bueno que tiene la juventud es el vigor físico. En distinta medida y con distinto interés, casi todo el mundo procura (o le gustaría) mantenerlo, pero mantenerse fuerte no es mantenerse joven, es mantenerse fuerte. Yo encuentro muy respetable que la gente quiera ser ágil (yo mismo quiero serlo) y estar sano, pero no sé porqué se llama a eso "mantenerse joven".
Otra majadería universal consiste en decir que, en realidad, "lo importante es cómo te sientes por dentro, tu espíritu". Muchos insisten, con gran cabezonería, en decir alegremente que uno "es joven si se siente joven" y, en el colmo de la bobería, algunos hablan de "que nunca muera el niño que llevamos dentro". Se supone que es bueno eso porque así siempre mantendremos la ilusión... como si la ilusión y las ganas de divertirse se te acabaran si te consideras adulto.
Yo soy feliz de ir a cumplir 46 años y estoy deseando llegar a los sesenta y mantener la cabeza desintoxicada de lugares comunes e ideas preconcebidas. No tuve crisis de los cuarenta ni la tendré de los cincuenta. La edad me ha librado de cosas tan nocivas para la inteligencia como la religión y la ideología y me ha dado el placer incomparable de pensar por mí mismo y tener ideas. Es cierto que muchas veces me equivoco, casi tanto como cuando era joven, pero ahora cometo mis propios errores.
Me pregunto cuándo empezamos a ser tan insustanciales como para que se instalara en nuestras cabezas la mema idea de que es mejor ser  fuerte e ignorante, que viejo y sabio. Cuándo nos dejamos atrapar por la tontería de la eterna (e imposible) juventud. Cuándo perdimos el criterio y si lo recuperaremos alguna vez.
Me voy a dar un paseo en bici, a ver si me mantengo joven...

22 jul 2010

Un blues para disimular (el acabóse)

(2/3, coro y solo)


- ¿Qué… -dijo ella un poco retadora, un mucho segura de lo inofensivo que, en realidad, era él- qué vas a tocar ahora? ¿Hay alguna otra sorpresa? ¿Vas a cantarme otra cancioncita?
- ¿Cómo…? No era para ti – mintió él descarada y fatalmente.
Porque ella sabía, y él sabía que ella no se chupaba el dedo, lo que allí estaba pasando. En la cabeza de un hombre que escribe canciones la importancia de las cosas es caprichosa; sucesos nimios se convierten en dramas imperdonablemente cursis e insoportables y, sin embargo, los hechos importantes son ignorados con mema contumacia. No es que no se conviertan en los protas de las canciones, es que en la cabeza del compositor pasan como la brisa inocente, sin dejar huella.
Él, así, olvidaba todas las veces en que ella sí le hizo caso. Todas las veces en que le hizo ver que sí que era especial, todas las veces que ella calló sus malas acciones por no ponerle en evidencia. Todos los secretos que compartió con él, o las veces en que él fue el primero en saber algunas cosas. El problema es que ella… no había accedido a acostarse con él. Qué antiguo, ¿verdad?
Ella le mira desdeñosa.
- ¿Que no era para mí…? ¡Já…! – y salió del camerino.
Ella fuma. Fuma un huevo, así que él sospecha –y acierta- que ella ha salido a la calle a fumarse un truja, porque es lo que hace cuando quiere fumárselo dejando claro que es un paréntesis de curro. Al dueño del Clavo Ardiendo no le gusta que las camareras fumen en el bar.
Aspira el pitillo en el callejón frío y oscuro con un suspiro de alivio. Le alivia no estar poniendo copas, no estar protegiéndose de las miradas de los tíos, no percibir del desdén de las tías, no oír las canciones de él. Le gusta la soledad del callejón, destacar en la monotonía de la pared nocturna, como a los guitarristas pelmazos les gusta destacar en la monotonía machacona del acompañamiento del blues. Al final de la calle, entre la niebla, surge un hombre elegante, con un traje oscuro y un abrigo gris que, sospecha ella, cuesta su sueldo de dos meses, y se acerca con un pitillo sin encender entre los labios
- ¡Aleluya! – dice, y parece muy simpático - ¡Todavía alguien que fuma en esta ciudad! – su sonrisa es franca, abierta, hermosa- ¿le importaría darme fuego…? – y se acerca a ella ágil y dinámico y el viento levanta un poco las faldas de su abrigo y cualquiera diría, tan apuesto, simpático y resuelto, que se trata de un elegante y moderno supermán.


(3/3 puente, coros finales y fade out)


En el Clavo Ardiendo la cosa, disculpad la pobreza léxica, está que arde. Los Cojón de Pato han empezado a toda tralla y la gente, encendida, ha empezado a bailar. Él piensa que ella debería ver esto, y que él debería sentirse siempre así, fuerte y poderoso, comprobando que la gente le quiere, que bailan al son que él toca, y no sentirse poca cosa y no cuando a ella, por ejemplo, no se le ocurre espontáneamente (si hay que pedirlo, la cosa pierde gracia) hacerle una manolilla con los pies.
Sigue tocando y cantando y la gente bailando, y empieza a sentirse con ganas de hacer algo con ella, como lo de la manolilla, por ejemplo, pero piensa que, tal vez, ella no se lo hace porque no sabe lo que a él le molan sus pies. Tal vez no sea una mala idea pedírselo, sin esperar a que a ella se le ocurra. Tal vez lo haga.
Quizá, al hacerlo, al decidirse por fin a hacerlo, ella sonría y le diga que caray, ella estaba deseando hacérselo, pero no se había atrevido a pedirlo. Como aquella vez que descubrió que a su madre, en realidad, no le gustaba más el tocino que la carne roja del jamón, pero le gustaba verle comer y ella, en fin… a lo mejor no es descabellado pensar que ella sueña con descalzarse y hacérselo con los pies. Probablemente sea el sueño de casi todas las mujeres. Él es un hombre atractivo y las mujeres deben pensar en su polla muchas veces, con toda seguridad.
Al terminar el concierto, en el camerino, se acerca el dueño del Clavo Ardiendo, como siempre, a pagar los 500 pavos de todos los martes, pero esta vez, a pesar de que todo ha ido genial, tiene una cara de mosqueo enorme.
- ¿Qué le has dicho, eh, cabronazo, se puede saber qué coño le has hecho…?
Al parecer, ella no ha vuelto a poner copas después del descanso y el dueño le culpa a él, porque la vio entrar en el camerino con su PepsiMax y largarse después. Él trata de defenderse, sin demasiado interés, tampoco, porque el dueño del bar se la sopla, diciendo que no le dijo nada, y deja que el tipo se vaya maldiciendo.
Al salir, por la puerta de atrás, da un último trago a su lata de Pepsi y al acercarse al contenedor de basura y levantar la tapa para tirar la lata, le llama la atención un pie desnudo que asoma por entre los sacos negros de basura. La piel de ese pie, su color, su temperatura visual, bastan para convencerle de que ella está muerta. Ella está muerta. Él no sabe nada del hombre elegante, de cómo se abalanzó sobre ella mientras buscaba el mechero en su bolso, le rompió el cuello, le arrancó los labios muertos a mordiscos y luego la escondió en el contenedor. Él no sabe nada, así que, su cabeza perturbada de hacedor de canciones, sólo le da para reaccionar de la forma más decepcionante, como las canciones que no tienen final y, simplemente repiten una frase y dejan que el volumen vaya bajando: se metió en el contenedor, y sin mirar su rostro destrozado, besó el pie de la muerta, se lo puso entre las piernas, se masturbó y, enfadado con ella por no hacer nada y dejarle a él hacer todo el trabajo, como venganza, para fastidiarla, le cambió la letra al blues.

21 jul 2010

Un blues para disimular

(1/3, intro y riff)
Por si ella no era del todo consciente, que yo creo que sí, él escribió un blues para disimular. Lo cantó esa noche en el Clavo Ardiendo, el bar donde los Cojón de Pato tocaban todos los martes, el bar donde ella, Física de carrera, trabajaba, qué remedio, como camarera.
Él no la odiaba, pero le hacía ver así que no le perdonaba que ella no se dejara querer un poco más, como él hacía con ella. Que no le hiciera ver de vez en cuando que le consideraba especial, como ella lo era para él. Que no se dejara acariciar a escondidas debajo de la mesa, cuando él lograba, después de unas complicadísimas maniobras de acercamiento, sentarse a su lado.
En fin, esa noche, se lo cantó.

Ella escuchó el blues como hacía otras cosas, sin demostrar demasiado interés. Con la misma indiferencia con que se ponía, a veces, esos escotes vertiginosos donde sabía que él se perdía porque la deseaba locamente.
A partir de ahí, como en los buenos blues, los movimientos fueron los esperados: riff, resolución y remate de estrofas con las paradas previstas y las intensidades crecientes. Ella le llevó al camerino su PepsiMax y él intentó acariciarla disimuladamente mientras la saludaba con más efusividad de la que la ocasión requería. Ella, como siempre, se las apañó para quitárselo de encima con elegancia, sin herirle, y él quedó frustrado una vez más, como al final de la estrofa de cualquier blues.
Pero lo que ella no sabía es que esa sería la última vez.
Afiló su guitarra. Porque antes de que acabara el solo, ella iba a morir.

(continuará)

20 jul 2010

El cuento que buscaba escritor y acabó de subsecretaria

Y nada, que no lo encontraba. Los escritores, a menudo idiotas, rechazaban una y otra vez este cuento, pero es que el cuento, como comprobaréis en seguida, era malísimo.
Deprimióse el cuento, pues, y pidió consejo al ministerio de cultura, pero su instancia no llegó demasiado lejos, pues "cuento" sonaba a viejuno y franquista y conservador, así que el cuento se hizo microrrelato y se operó las pelotas (quitándoselas), se quitó también todo lo que le venía de antaño (la educación, la cultura, la imaginación no culposa, la experiencia y la sabiduría), se puso dos hermosas aldabas y una reveladora "a" final. Microrrelata, mucho más progresista y plural que cuento, dónde va a parar, subió como la espuma por las oficinas del ministerio de cultura y llegó al despacho más alto; la ministra, alucinada por el maravilloso producto que tenía entre manos, quiso publicarlo, perdón, publicarla, enseguida. Pero de tanto que se había quitado, ya no le quedaba nada de literario, era sólo una mierda iletrada pero con el aspecto inmejorable que tiene una subsecretaria general de loquesea con el armario lleno y la cabeza vacía. Un alma gemela, dijo la ministra.
Y fue así que el otrora cuento y ahora microrrelata acabó de subsecretaria de nuevas inciciativas, una subsecretaría transversal, pues se surtía de fondos de los ministerios de cultura y del de idiotez.