28 ene 2011

Viaje a ni mal

Hoy retomo, expectante, el camino. No sé de qué va a ir todo esto, mas sé que empieza un ciclo nuevo. Mis experiencias son ahora valiosas en tanto que vivencias, pero no son un valor de cambio aceptable por nadie en esta nueva etapa. Me he enrolado en un barco en el que, en principio, a nadie le importa si tengo imaginación, si veo las cosas desde una perspectiva distinta, si no cometo demasiadas faltas de ortografía o si expreso una idea con agudeza (dicho sea de paso… a mí tampoco me importa ya), y lo que cuentan son nuevas habilidades y capacidades que, supongo, seré capaz de aprender en cada nueva singladura.
Finjo ser buena persona, porque a los jefes no les gustan los malos ladronzuelos, que es la expresión que, creo, me define mejor. Pretendo ser lo que no soy, me disfrazo de ser humano no demasiado repulsivo y me subo al barco saltando ágilmente a la cubierta y echándome el petate a la espalda con la calmada elegancia de un oso pardo. Vale, en tierra firme los úrsidos nos defendemos, pero quizá me convendría, para batirme en duelo con la mar bravía, ser una foca.
Tal vez, sólo tal vez, sea merluzo.

27 ene 2011

Por alusiones, ¡desnúdese!

Estoy solo, en el margen, a un lado del camino, esperando para ver si alguien, espontáneamente, me recoge, o si me sumo a alguna caravana que me lleve a algún sitio. No sé a dónde, pero, créeme, quiero ir. Quiero ser parte del movimiento, generándolo o aprovechándome de él. La quietud está bien para las lechuzas, para los pintores domingueros de paisajes, para quien la quiera. Yo quiero moverme al compás de la vida. Embestirla y forzar variaciones en su tempo, sorprenderte y verte reír.
Es un combate a largo plazo. Y estos son los asaltos más penosos. Me siento, a ratos, noqueado, un tanto sonado y no veo claro el horizonte, aun cuando éste se despeja, ciertamente, pero siempre, como cuando nace un día espléndido, tiene que aparecer algún gilipollas para joderlo. Que no puedo esperar. ¿Que qué me sucede? Pues que mi espíritu venturero suspira por un paseo sin certezas por la foresta salvaje de tus caderas. Que me gustaría, por decirlo en palabras llanas y sencillas, follarte sin cuartel.

26 ene 2011

Ahora nos toca a nosotros

En mitad de mi camino hacia ninguna parte, detengo mis pasos ruidosos y disimulativos para cantarle una canción a mis amigos. Amigos en un sentido amplio, claro. Personas que me importan y a las que quiero. Porque, (menudo descubrimiento de mierda) me he dado cuenta de lo que los afectos significan en mi vida. Tengo amigos de todas las intensidades, gustos y colores; con algunos me une un estrechísimo vínculo inexplicable y con otros tengo menos trato del que me gustaría, pero entre todos conforman el magma de mis amores mundanos, que se extiende montaña abajo, valle adelante, hacia los confines del mundo.
Soy muy poca cosa, amigos míos, y ya me he dado cuenta, con dolor, de lo insignificante que es mi existencia en el mundo. Si mañana muriera, dios mío, qué poco se alteraría la vida, ¿verdad? Eso nos pasa a casi todos, de acuerdo, pero cuando te sientas y lo piensas, íntimamente… caray, no resulta agradable.
Pero, sin darle a las cosas mayor o menor trascendencia de la que tienen, puede uno balancear su ánimo a no ser que uno sea un derrotista insoportable. Es decir, que te paras, detienes tu caminar y piensas… esa es la clave: pensar. Si tienes algo más que serrín entre las orejas, puedes pensar lo de arriba “qué poco significo para el mundo”, claro, pero también, dar un paso más allá y preguntarte qué es el mundo. O sea, ¿me importa mucho, me influye en algo, me interesa si quiera una pizca, lo que ocurre en Ohio, La Patagonia, el Moscú o en Sidney? Y no se trata de kilómetros: ¿y lo que ocurre en la casa que hay a 2º metros de esta y a cuyos habitantes ni siquiera conozco? Es decir, mi mundo es la red de afectos, amores y relaciones que voy tejiendo con el paso de los años. La colección de recuerdos que atesoro, la pléyade de esperanzas que guardo en secreto, lo que a mí me toca.
Y en esta nueva dimensión del mundo, más abordable, mejor conocida, más manejable, amigos, bajo esta perspectiva… me doy cuenta de lo que cada uno significa. El pasado año ha sido devastador para mí. Para mi autoestima, mi economía, mi estado mental y afectivo y mi todo. Si he aguantado sin pegarme un tiro (y ganas no me han faltado de quitarme de en medio) ha sido porque siempre, al borde del abismo, aparecía, casual, curiosa y simpática, una sonrisa amiga, acaso una lágrima, puede que un susto, pero el hecho es que alguien, algún amigo, aparecía ofreciendo ayuda, pidiéndola o simplemente ofreciéndote un pitillo.
Mi travesía en el desierto no está terminada, pero es cierto que el bálsamo que en mí funciona como el de Fierabrás, ese es la música. Tocar, escuchar, cantar sentir música es lo que mejor hago y por eso he grabado esta canción: este será nuestro año. El mío y el de vosotros, mis amigos.


Siempre he adorado esta supercanción, que es como un himno, de Zombies. La melodía, el ritmo, la letra, lo que se infiere y lo que me provoca... todo ello hacen de esta canción una canción eterna. Es la primera canción que grabo, además, con mi nueva Ibanez dorada. Un guitarrón que compré para venderlo pero que, me temo, me lo voy a quedar, porque me gusta demasiado.
Hay una cosa curiosa: cuando la canto, a pesar de que lo sé, cambio instintivamente una palabra (digo "come" donde debería decir "gone") y me hace gracia cambiar el sentido de la frase, sin que cambie para nada (al contrario, se refuerza) el sentido de la canción.

20 ene 2011

Un hombre (verdaderamente) incómodo

Ricky Gervais, creador y prota
de The Office y revientagala
s
No sé si os he contado que mi último gran cuelgue televisivo es The Office. La serie me parece una absoluta genialidad en cuanto a planteamiento e idea, muy alejada de casi todo lo que se ve por ahí. Sus personajes no son atractivos, ni tienen pasta, ni son perdedores, ni buenos ni malos... bueno, no os quiero aburrir, pero no me perdonaría no recomendar a cualquiera con dos dedos de frente que compre, piratee o haga lo que sea por poder ver la serie. Es genial.
La serie, originalmente, es inglesa, aunque la que yo conozco es la norteamericana que ha sobrevivido durante más tiempo. Mi hija me enseñó hace poco los primeros capítulos de la serie original y me dijo que el protagonista de la serie, Ricky Gervais, era, además, su creador. Me sorprendió, al ver la versión inglesa, que la personalidad del protagonista fuera aún más extrema que en su versión americana: un hombre aún más egoísta, inconveniente, envidioso, inoportuno y molesto que el celebérrimo Michael Scott (Steve Carell). Digo esto porque el rasgo que a mí más me llamó la atención de esta serie es ese, la personalidad enferma de su protagonista. Cuando tomas contacto con la serie por vez primera, empiezas a sentirte incómodo y tratas de cambiar de postura constantemente. ¿Qué es lo que me está haciendo sentir así de mal? te preguntas... hasta que te das cuenta de que es su protagonista, su egolatría enfermiza, su pasmosa habilidad para decir siempre lo más inoportuno y molesto y crear un ambiente de incomodidad absoluta no sólo entre los partenaires de reparto en la ficción, sino también entre la audiencia y, estoy seguro, en el mismo set de rodaje.
En fin, este año, a alguna lumbrera (lo digo sin ironía, ¿quién es el genio al que se le ocurrió?) decidió llamar a Ricky Gervais, el creador de la teleincomodidad, para ser el anfitrión, el presentador de la Gala de los Globos de Oro.
Gervais hace el tipo de chiste que te parece gracioso mientras no te toque a ti, porque cuando se fija en ti, te dan ganas de matarle. Es lo que ocurrió en la Gala de los Globos de Oro. Su monólogo no tiene piedad con nadie, es cruel con gente acostumbrada a que les halaguen y les digan cosas bonitas. Y siembra la incomodidad entre su distinguida audiencia mientras nosotros, ajenos a ese mundo de oropel, disfrutamos como enanos viéndoles en apuros.
Mirad este video y atended a la cambiante reacción del público, formado por actores, directores y gente del cine y la televisión. A las risas entusiasmadas del principio las sustituye un incómodo silencio al principio y una franca desaprobación al final, en forma de sordos abucheos y reproches... No tiene desperdicio.
¡Viva Ricky Gervais!

17 ene 2011

El Factor Sabina

¿No os fastidia que algunas cosas sean verdad por el simple hecho de que todo el mundo las repite constantemente, sin preguntarse porqué lo repiten o si es verdad verdadera lo que están repitiendo?
Bueno, a mí sí, y muchísimo. La falta de sentido (y espíritu) crítico en general, creo, es uno de los grandes males del mundo. Estamos viviendo en un mundo que no se pregunta, que no duda, y que simplemente se traga sin masticar lo que le echan por la tele o, ahora, por las memamente llamadas “redes sociales”. A esta actitud papanatas y superficial la llamo yo el Factor Sabina, porque para mí Joaquín Sabina, o mejor, la imagen y la idea que tenemos de él, sintetiza perfectamente esa idiotez generalizada de la que hablaba.
De Sabina todo el mundo dice que es un “poeta urbano”, que es un genio y que es un gran tipo, simplemente, porque todo el mundo lo dice. Sinceramente, yo siempre he pensado que es un plasta de primera, un oportunista como no hay dos, un tío muy listo (eso sí) y, además, siempre me ha dado la sensación de que tiene un problema de olor corproral. Soy reticiente a acercarme a él, además, por cuestiones físicas, porque sospecho que le cantan los sobacos, los pies y, seguramente, el aliento, pero ese es otro cantar.
Escuchad al Sabina de los 70, Pongamos que hablo de Madrid, Calle Melancolía y todo eso. Un gran retrato de Madrid, dice el personal, pero sin pararse a escucharla y a analizarla; para mí, desde luego, es una canción nefasta, pelmaza y repititiva, que no refleja más que el ambiente sórdido y deprimente de un Madrid casi inexistente (ni siquiera en los 70) de jeringuillas, ginebra y muermo absolutamente irreal. Pero entonces “molaba” presumir de ser “de barrio” y se hacían pelis tipo El Vaquilla que, vistas ahora, dios mío, como las canciones de Sabina: dan pánico de lo malas que son. En los 80 se travistió de nuevaolero sin rubor alguno y compuso mierdas tales como “EL hombre del traje gris” (oh, sí, es terrible tener un empleo  normal y tener que ir con traje a trabajar), “Pisa el acelerador” o “Juana la Loca” canciones todas ellas que han envejecido muy malamente, no solo en su sonido, sino en la dudosa lírica de sus letras. Sabina sigue dando la brasa al personal, cantando cada vez peor y siendo más atroz en cada nueva entrega, pero nos lo tragamos (yo no, lo juro) porque es un poeta urbano (¿qué coño quiere decir semejante memez?), un artista “comprometido” (con su cuenta bancaria, sobre todo) y lleva toda la vida siéndolo, así que, ¿por qué preguntarse nada? Este es el tipo de cosas por las que, a estos mares de borreguismo, les llamo yo El Factor Sabina.
Un Factor Sabina muy extendido es “nos estamos cargando el planeta”, ¿verdad? Al parecer, la presencia del hombre, y sus actos, en el planeta resulta desestabilizadora para la naturaleza. Como si el hombre no fuera parte de esa naturaleza. Nadie se queja de que los elefantes tiren árboles a su paso; o de que donde mea un perro la hierba se seca. Si llueve mucho, es culpa del hombre y si no llueve, también. Y a la lluvia, a los terremotos, al huracán, los llamamos desastres… sin tener en cuenta que ellos también forman parte de la naturaleza. Y tan natural es el nacimiento de una especie como su extinción. La vida y la muerte, ¿verdad? Ambas son la esencia misma de la naturaleza.
Otro: la violencia de género. Uno oye en telediarios, noticieros de radio y lee en periódicos noticias sobre el abuso y maltrato a las mujeres, y todo el mundo le llama “violencia de género” sin pararse a pensar en lo que están diciendo. Como tenemos un gobierno prácticamente analfabeto y ellos le han puesto a una especie de ley  ese asombroso nombre, todo el mundo lo repite. Si un hombre pega (o mata) a una mujer, eso no es “violencia de género”, es violencia (o asesinato) de un hombre a una mujer. El género, cuando se refiere al sexo, es un atributo de las palabras, no de la idea abstracta que representan. Es decir “hombre” es un sustantivo de género masculino, pero un hombre no es un humano de género masculino; yo no soy de género masculino, sino de sexo masculino, como Leire Pajín no es un humano de género femenino. Es una mujer.
El Factor Sabina  (FS) es repetir las cosas sin preguntarse o analizar lo que se está diciendo. La clase periodística es muy aficionada a esto. Es normal, por ejemplo, que en el típico reportaje de relleno de los Telediarios nos hablen, en tono un poco paternalista de Lady Gaga o de la última superproducción de Hollywood. Diciendo que claro que triunfará, pero dejando ver que lo hará no por sus méritos artísticos, sino porque llevan una inmensa campaña “de marketing” (otro FS: qué malo es el marketing) detrás… sin darse cuenta de que ellos, memos redomados, están contribuyendo a esa campaña al dedicarle espacio en sus noticieros.
Esta crisis está llena de FFSS: el Capitalismo, los especuladores, los malvados mercados… hasta los controladores, todo para esconder la ineficacia y la inoperancia de quienes no saben hacer la o con un canuto. El mundo del deporte está lleno de FS: Iniesta merecía más que Messi el balón de Oro (ja, ja, ja…), La F1 es un deporte,  hacer deporte es bueno para la salud…
Un FS muy extendido es el de la ideología. Es muy triste que las ideologías, las consignas, hayan sustituido a las ideas y eso es, en el fondo, el busilis de todo este asunto. Es más sencillo apuntarse a lo que dicen los otros que pensar y tratar de tener nuestra propia opinión. Mucha gente dice, en plan graciosete, que las opiniones son como los culos: todos tenemos la nuestra; lo ciero es que no es así. Lo triste es que en este mundo iletrado en que la gente se traga la tele, lo que le echen, en lugar de sentarse a leer un libro, sólo unos pocos tienen verdaderas opiniones. Y los demás nos apuntamos a un bando o a otro según pite. Y así, qué quieres, la cosa no funciona.
Mientras la cosa no cambie, yo seguiré aquí, comiéndome los mocos y el mundo sin reconocer que soy un genio. Como cuando me muera se me reconozca, os juro que la armo. He dicho.

11 ene 2011

Géneros periodísticos odiosos: Entrevista a un actor

Hay poca gente tan pagada de sí misma como un actor de éxito. Yo, algunos deportistas, Zapatero y algún cantante despistao, pero fuera de eso, nadie se cree tan el centro del universo como un actor. Un actor de cine de los de carrera (no me refiero al guaperas sobrevenido en estrella de cine, que a ese, lo que le pasa, es que es simplemente bobo) es una persona a la que le han dicho tantas veces (o se lo ha dicho tantas veces ante el espejo) que tiene talento que ha terminado por creerse alguien especial, una especie de vehículo carnal de los dioses y la personificación endiosada del Estado del Arte.
El actor, por mor de su trayectoria profesional, en la que se ha tenido que travestir de una gran variedad de personajes, suele tener un vocabulario amplio con el que nos atiza sin piedad a la menor oportunidad. No me refiero a que tengan un léxico florido, que es una bendición del cielo, sino a la manía de demostrarlo. Muchas veces, no siempre, es una especie de terapia contra el complejo de inferioridad por no poseer estudios superiores. Se une a esta necesidad enfermiza de parecer más de lo que se es la otra parte que hace odiosa la entrevista, la de las preguntas perpetradas por un periodista empeñado en no parecer imbécil por preguntar cómo tiene de duras las tetas Fulanita, o de firme el culo Menganito, que es lo que a todos nos gustaría saber; en su lugar formulan alambicadas proposiciones - con un deje en su construcción léxica que recuerda lejanamente a las viejas y queridas preguntas - en las que dejan claro que son personas informadas (y pelmazas) y que no trabajan para el “Qué me dices” sino para Fotogramas, El País Semanal o Play Boy.
En la entrevista a un actor se juntan, pues, dos espíritus sandios y peregrinos: el quieroynopuedo del actor y el yonosoydeesos del periodista.
Fulánez se expresa con una curiosa mezcla de ímpetu y talante reflexivo, suavizando el tono solemne de sus impresiones sobre la profesión de actor y la realidad social con oportunas bromas o anécdotas. ¿Cómo planteó su acercamiento físico y psicológico al personaje de Mengánez?
La clave está en el momento en que terminas esa segunda lectura. Llegado ese punto se produce en ti un cambio, algo casi hormonal que te lleva hacia algún lugar todavía incierto: puede ser un olor, una sensación física, un sentimiento... Y eso es importante retenerlo porque va a ser la fuente de la que vas a extraer la esencia del personaje. Pero ahí se produce un equilibrio delicado: ¿cómo fijar el límite entre tu identidad y la del personaje? Evidentemente, yo no he tenido esas experiencias, pero a través de situaciones lejanamente parecidas y adecuadamente magnificadas puedes llegar a empatizar con esos personajes.
¿Por qué ha aceptado trabajar en una producción de bajo presupuesto?
En realidad no discrimino entre grandes y pequeños trabajos. El trabajo es el trabajo. Busco papeles interesantes, retos que me sirvan para explorar nuevas posibilidades. El dinero es importante, no nos engañemos, pero no lo único. Puede resultar difícil de creer, pero lo cierto es que estoy en una etapa de mi vida en la que el dinero es secundario, porque no tengo problemas económicos. Este proyecto era algo que se salía del terreno trillado. Además, tenía un toque de romanticismo platónico.
Vale, podía habérmelos inventado, pero lo anterior es literal. Son citas de dos entrevistas distintas a dos actores distintos. Distintísimos. Y no es significativo. Quiero decir que son fragmentos escogidos casi al azar de un par entrevistas que me tragué el mes pasado, de dos tipos a los que seguramente, sin entrar que cómo nos cae a cada uno (a mí, uno me cae como una patada en la boca del estómago, el otro me da igual), todos consideraríamos inteligentes y juiciosos. Y el caso es que da exactamente igual a qué actor (y a qué periodista) adjudiquemos estas sesudas reflexiones, porque son intercambiables. Y en ambas aparecen dos conceptos recurrentes: la pedantería bonachona y la condescencencia altruista y soñadora.
Inevitablemente, invariablemente, un actor pretende que pensemos que es culto. Que no le importa el dinero. Que es tímido. Y suele dejar claro, por vía inversa, verbalizando exactamente lo contrario de lo que piensa, que es una persona extraordinaria: “Soy un tipo normal, como tú o como cualquiera”, suelen decir. Porque lo normal es que a todos nos paguen millones por un solo trabajo, que nos deseen por la calle, que quieran nuestros autógrafos o fotografiarse junto a nosotros. ¿A quién no le pasa eso? A mí me parece genial que la gente gane pasta. Lo que no es de recibo es que, encima, nos suelten discursitos paternalistas sobre lo poco que les importa el dinero a ellos.
En fin, que odio estas entrevistas, a eso me refería.

4 ene 2011

No pasa ná... el vidioclís

Este es el primer fruto de mi trabajo en la gasolinera. el primer trabajo del Rockero Gasolinero, podríamos decir. La canción (como ya conté en el post anterior) la escribí en un turno de noche especialmente aburrido, sin un maldito coche que viniese a repostar y yo tratando de llenar el tiempo con lo que fuese. Al final, mi corazón de rock and roll se impone sobre todo o demás y lo que empezó siendo u arpegio de guitarra acústica se convierte en un furioso rock que, al menos a mí, me hace mover los piececillos alegremente y chasquear los dedos (los de las manos, los otros... caray, me encantaría). Muchas de las imágenes están grabadas con el móvil y nada... deseando estabilizar mis horarios para volver a formar una banda y darle caña a este tipo de temas que, si en vez de hacerlo yo solo, lo hacemos entre cuatro o cinco, se muere el mundo. Espero que, aun así, por mi solito, os guste. a mí me encanta, claro. Y, que no se me olvide, esto va con especial cariño para Almudena, Mady, Sonia S, Sonia J, Fuen, Alfonso, Ángel, Cecilio, César, Jesus, Gaby, Javi... y bueno, también para Beatriz, mis queridos compañeros de la gasolinera, que tanta paciencia han tenido conmigo.



Ea, ¿qué tal?